Blogia
Como ovejas en medio de lobos

El leproso que no se resignó

El leproso que no se resignó

Seguimos leyendo el capítulo 1 de San Marcos a lo largo del cual el evangelista nos va descubriendo a Jesucristo como Hijo de Dios. 

El Evangelio de este domingo (Mc 1,40-45) en concreto nos cuenta la historia de alguien valiente, alguien lleno de fe que no había perdido la esperanza en que Dios podría cambiar su vida.

Veamos: Un leproso se acerca a Jesús, se arrodilla ante él y le dice "Si quieres, puedes curarme". ¡Cuidado! No le pregunta si es capaz de curarle. ¡Él ya sabe que Jesús puede curarle! Lo que se pregunta es si Jesús querrá hacerlo.

Imaginad la escena: Para la época de Jesús un leproso era un ser inmundo, alguien que no podía vivir con el resto de la gente, un maldito de Dios. Los apóstoles seguramente se alejaron con repugnancia. Incluso puede que el mismo Jesús sintiera un cierto asco (era humano, al fin y al cabo).

En fin, el leproso se arriesgaba a salir de allí a pedradas; seguramente ya estaba acostumbrado. Pero no, Jesús finalmente le toca -¡¡Qué escándalo!! ¡¡Ha quebrantado la ley de Moisés!!- y le dice ¡QUIERO!¡QUEDA LIMPIO!

Se podrían hacer muchas más reflexiones sobre este evangelio (el secreto mesiánico, la actitud de Jesús acerca de la ley); pero hoy me conformo con ésta: El leproso se cura por su fe y por su esperanza. Y nosotros, que también somos leprosos (leprosos de egoísmo, de cobardía, de materialismo...) podemos preguntarnos: ¿Tenemos esa fe en que Jesús tiene realmente el poder de curarnos sólo con arrodillarnos ante él y pedírselo? ¿Nos damos cuenta del cambio que esa posibilidad supone en nuestra vida?

Lo más triste no es que haya leprosos que no se acercan a Jesús, sino que por desgracia, miles de personas a nuestro alrededor ni siquiera se dan cuenta de que son leprosos. O no quieren molestarse en pensar en ello. Como dijo el papa Pablo VI: "Una de las mayores tragedias de nuestro tiempo es la pérdida de la conciencia de pecado". Desde luego, Jesucristo está deseando curarnos, pero si uno no se acerca a pedírselo, difícil. Y mientras tanto, el príncipe de este mundo se frota las manos...

0 comentarios